Parecía que acabábamos de llegar, y estábamos en el último día de nuestro viaje, un día cargado de emociones, de despedidas, de esperanzas, de ilusiones…El punto de quedada era la casa de Mohamed, porque nos iba a llevar al desierto para prepararnos una comida típica saharaui a la sombra de una talja. La comida se componía de un guiso de cabrito, recién sacrificado, y de pan cocido bajo la arena, empapado con el caldo del guiso; por cierto riquísimo.
Mientras esperábamos a que se hiciese la comida, Carmen, nos explicó sus vivencias en sus primeros viajes a los campamentos de refugiados y la diferencia de entonces a ahora. También Mohamed, nos contó historias de su amado desierto, y nos enseñó juegos tradicionales de los nómadas.
La tarde, que había comenzado con la caída de algunas gotas de lluvia, continuó con una entrevista con el ministro de cooperación Salek Baba, y terminamos haciendo las compras de los últimos regalos, y aprovechando las últimas horas para disfrutar de la compañía de nuestras familias; teníamos la sensación de que habíamos reservado muy poco tiempo para ellas, y nos sentíamos un tanto incómodos por ello.
En la mayoría de las casas la familia saharaui se esforzó en elaborar su mejor cúscus, o en preparar los mejores huevos fritos con patatas, para la cena. Nosotros apreciamos aquel gesto como uno más de un pueblo noble y hospitalario al que siempre nos sentiremos ligados.
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